Revista Latinoemerica de Poesía

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3 poemas de Los elementos del desastre



 

Nota y selección de Alejandro Cortés.

 

Presentamos tres poemas incluidos en Los elementos del desastre (1953) de Álvaro Mutis. Algunos de ellos hicieron parte de La balanza, primer libro de Mutis publicado conjuntamente con Carlos Patiño en 1948, días antes del bogotazo que incineró librerías en el centro de Bogotá.

 

 

“204”

 

I

      ESCUCHA ESCUCHA ESCUCHA

la voz de los hoteles,

de los cuartos aún sin arreglar,

los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una

       raída alfombra escarlata,

por donde se apresuran los sirvientes que salen al

       amanecer como espantados murciélagos

 

       Escucha Escucha Escucha

los murmullos en la escalera; las voces que vienen de

       la cocina, donde se fragua un agrio olor a comida

       que muy pronto estará en todas partes; el ronroneo

       de los ascensores

 

       Escucha Escucha Escucha

a la hermosa inquilina del 204 que despereza sus

       miembros y se queja y extiende su viuda desnudez

       sobre la cama. De su cuerpo sale un vaho tibio de

       campo recién llovido.

 

¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes

       como las banderas en los estadios!

 

       Escucha Escucha Escucha

el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que

       invade un resbaloso y maloliente verdín. Nada hay

       sino una sombra, una tibia y espesa sombra que

       todo lo cubre.

 

Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre de

       monedas el mugriento piso— su cuerpo inmenso y

       blanco sabrá moverse, dócil para las lides del tálamo

       y conocedor de los más variados caminos.

       El agua lavará la impureza y renovará las fuentes

       del deseo.

 

       Escucha Escucha Escucha

       la incansable viajera abre las ventanas y aspira el

       aire que viene de la calle. Un desocupado la silba

       desde la acera del frente y ella estremece sus flancos

       en respuesta al incógnito llamado.

 

II

De la ortiga al granizo

del granizo al terciopelo

del terciopelo a los orinales

de los orinales al río

del río a las amargas algas

de las algas amargas a la ortiga

de la ortiga al granizo

del granizo al terciopelo

del terciopelo al hotel

 

       Escucha Escucha Escucha

la oración matinal de la inquilina

su grito que recorre los pasillos

y despierta despavoridos a los durmientes,

el grito del 204:

¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!

 

 

Oración de Maqroll

 

Tu as marché par les rues de chair

René Crevel, Babylone

 

NO ESTÁ AQUÍ completa la oración de Maqroll el Gaviero. Hemos reunido sólo algunas de sus partes más salientes, cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada.

 

Decía Maqroll el Gaviero:

 

¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente!

Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia.

Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse.

Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad.

Desarticula las muñecas.

Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, Señor!

¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo que predica en las salas de espera?

¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas?

¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes de fiesta?

Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh, fecundísimo! la bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los adolescentes sin pecado.

¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.

Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro. Amén.

 

 

Los elementos del desastre

 

1

      UNA PIEZA DE hotel ocupada por distracción o prisa, cuán pronto nos revela sus proféticos tesoros. El arrogante granadero, “bersagliere” funambulesco, el rey muerto por los terroristas, cuyo cadáver des-pernancado en el coche, se mancha precipitadamente de sangre, el desnudo tentador de senos argivos y caderas 1900, la libreta de apuntes y los dibujos obscenos que olvidara un agente viajero. Una pieza de hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras el pálido orín de las ventanas.

 

2

      No espera a que estemos completamente despiertos. Entre el ruido de dos camiones que cruzan veloces el pueblo, pasada la medianoche, fluye la música lejana de una humilde vitrola que lenta e insistente nos lleva hasta los años de imprevistos sudores y agrio aliento, al tiempo de los baños de todo el día en el río torrentoso y helado que corre entre el alto muro de los montes. De repente calla la música para dejar únicamente el bordoneo de un grueso y tibio insecto que se debate en su ronca agonía, hasta cuando el alba lo derriba de un golpe traicionero.

 

3

      Nada ofrece de particular su cuerpo. Ni siquiera la esperanza de una vaga armonía que nos sorprenda cuando llegue la hora de desnudarse. En su cara, su semblante de anchos pómulos, grandes ojos oscuros y acuosos, la boca enorme brotada como la carne de un fruto en descomposición, su melancólico y torpe lenguaje, su frente estrecha limitada por la pelambre salvaje que se desparrama como maldición de soldado. Nada más que su rostro advertido de pronto desde el tren que viaja entre dos estaciones anónimas; cuando bajaba hacia el cafetal para hacer su limpieza matutina.

 

4

      Los guerreros, hermano, los guerreros cruzan países y climas con el rostro ensangrentado y polvoso y el rígido ademán que los precipita a la muerte. Los guerreros esperados por años y cuya cabalgata furiosa nos arroja a la medianoche del lecho, para divisar a lo lejos el brillo de sus arreos que se pierde allá, más abajo de las estrellas.

       Los guerreros, hermano, los guerreros del sueño que te dije.

 

5

      El zumbido de una charla de hombres que descansaban sobre los bultos de café y mercancías, su poderosa risa al evocar mujeres poseídas hace años, el recuento minucioso y pausado de extraños accidentes y crímenes memorables, el torpe silencio que se extendía sobre las voces, como un tapete gris de hastío, como un manoseado territorio de aventura… todo ello fue causa de una vigilia inolvidable.

 

6

      La hiel de los terneros que macula los blancos tendones palpitantes del alba.

 

7

      Un hidroavión de juguete tallado en blanda y pálida madera sin peso, baja por el ancho río de corriente tranquila, barrosa. Ni se mece siquiera, conservando esa gracia blanca y sólida que adquieren los aviones al llegar a las grandes selvas tropicales. Qué vasto silencio impone su terso navegar sin estela. Va sin miedo a morir entre la marejada rencorosa de un océano de aguas frías y violentas.

 

8

      Me refiero a los ataúdes, a su penetrante aroma de pino verde trabajado con prisa, a su carga de esencias en blanda y lechosa descomposición, a los estampidos de la madera fresca que sorprenden la noche de las bóvedas como disparos de cazador ebrio.

 

9

      Cuando el trapiche se detiene y queda únicamente el espeso borboteo de la miel en los fondos, un grillo lanza su chillido desde los pozuelos de agrio guarapo espumoso. Así termina la pesadilla de una siesta sofocante, herida de extraños y urgentes deseos despertados por el calor que rebota sobre el dombo verde y brillante de los cafetales.

 

10

      Afuera, al vasto mar lo mece el vuelo de un pájaro dormido en la hueca inmensidad del aire.

       Un ave de alas recortadas y seguras, oscuras y augurales, el pico cerrado y firme, cuenta los años que vienen como una gris marea pegajosa y violenta.

 

11

      Por encima de la roja nube que se cierne sobre la ciudad nocturna, por encima del afanoso ruido de quienes buscan su lecho, pasa un pueblo de bestias libres en vuelo silencioso y fácil.

       En sus rosadas gargantas reposa el grito definitivo y certero. El silencio ciego de los que descansan sube hasta tan alto.

 

 

12

      Hay que sorprender la reposada energía de los grandes ríos de aguas pardas que reparten su elemento en las cenagosas extensiones de la selva, en donde se crían los peces más voraces y las más blandas y mansas serpientes. Allí se desnuda un pueblo de altas hembras de espalda sedosa y dientes separados y firmes con los cuales muerden la dura roca del día.

 

 

 

 

ÁLVARO MUTIS

 

Poeta y novelista colombiano nacido en Bogotá en 1923. Parte de su infancia transcurrió en Bélgica donde su padre ejerció como embajador. A su regreso, sin terminar estudios secundarios, empezó a colaborar con algunas revistas literarias, trabajó en diversos oficios y publicó su primer libro de poemas "La balanza", en 1947.  En 1953 apareció por primera vez su personaje Maqroll el Gaviero en el poemario "Los elementos del desastre", personaje que se repite a lo largo de toda su obra.

 

En 1956 se radicó definitivamente en México, a raíz de una demanda en su contra por parte de la  multinacional para la que trabajaba. Dedicado por completo al ejercicio literario desde 1986, ha publicado una importante obra de narrativa, poesía y novela de la que se destacan especialmente "La mansión de Araucaíma", "Un bel morir", "Iona llega con la lluvia", "La nieve del almirante" "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", "Summa de Maqroll el Gaviero", La nieve del almirante", ’’Reseña de los hospitales de Ultramar’’, ’’Crónica regia’’ y ’’Cita en Bergen’’.

 

Entre los galardones obtenidos, se destacan el Premio Nacional de Letras de Colombia en 1974, el Premio de la Crítica de Los Abriles de México en 1985, el Premio Médicis Étranger de Francia en 1989, la Orden de las Artes y de las Letras de Francia, el Águila Azteca de México, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de España, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cervantes de Literatura en el año 2001.

 

Biografía tomada de amediavoz.com



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