Revista Latinoemerica de Poesía

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192. Melissa Cobo Campo



Presentamos un conjunto de poemas de Melissa Cobo Campo (Bogotá, 1991) Fue finalista del Premio Internacional de Poesía Jovellanos (España) en el año 2017 y en el año 2018 publicó su primer libro de poesía y narrativa “Brebajes literarios” con la editorial Gato de mil Tigres. Los poemas que aquí se presentan fueron publicados en el libro “Pecados Capitales, poesía juvenil bogotana” (2019) de Ediciones Exilio.

 

 

 

ROMA

 

Es el día en que todos los muertos se vuelven a morir conmigo”

J.Gelman

 

¿Y él?        Solo              en Roma

Tragándose a través de las palabras

como último gusano volcado sobre su cuerpo.

 

Ya lo imagino:

aletas sin arroyo

desprendiéndose de a poquitos

frente a su libreta

 

/irreparables fueron los astros arrancados de su cielo/

 

Ya lo imagino:

árbol monstruoso

con raíces llorándole a las hojas

dos ojitos desportillados

llenan de escombros el camino eterno hacia el sur.

 

Lo pienso

lo leo

y puedo sentir su diluvio en mis botas

la picada venenosa de todas sus ausencias

que casi me dicen hija, que casi me lloran nieta

que casi me abrazan madre

madre carente de despedidas

 

Lo pienso

lo siento

se diluvian las palabras,

no lo leo

eres/soy ya tu dolor

 

/inconsolable lejanía

nos arropa

ahora

en el mismo refugio/

 

Acá estoy        sola      en Roma.

Comunión de los días tristes

alucinación certera que se anida en sus versos

huesos de todas las fosas, de todos los mares

nos pertenecen, nos unifican.

 

                                                                   

NIÑA

 

“Yo no sé de la infancia

más que un miedo luminoso”

A.Pizarnik

 

Usted entró en el surco más silencioso de la noche

y me imaginó adornando para usted mi cama

 

Su pico filoso de pájaro agreste

se bañó en aguas calientes

/pintadas de roja infancia/

 

Aún escucho quebrarse las ramas de mi garganta

el crujir de las maderas

                        resguardando sus pasos

la amenaza del silencio

la última agresión del minotauro.

 

Ahora

            /que no soy  más que  miedo/

me pregunto:

 

¿Dónde estaban mis guardianes cuando arrancó

       pistilo a pistilo

      mi cuerpo deshojado?

 

 

BREBAJE

 

Primero haga cantar a las ninfas

de los bosques primaverales de Rubén Darío.

 

Agregue entonces el río,

déjelo correr hasta el desbordamiento,

que arrase los maderos de Comala,

 las almas en pena mexicanas,

los caballos con ojos de niebla,

las llamas de todos los llanos.

 

Deje reposar.

 

Tome después tres cucharadas de pólvora

extraídas del vientre sangrante

del león de Hemingway.

Verifique que no siga atrapado

en matorrales africanos,

 

dado el caso, remátelo.

 

Agregue, en finas rodajas,

tres de las cebollas infinitas

de cualquier poema de Szymborska.

 

Revuelva.

 

Vierta, despacio, un extracto puro

de la miel que florece

en los jardines interiores

de Dickinson.

Tome también algunas plumas

del pájaro que reposa en su ventana.

 

Deje hervir.

 

Sumerja, por dos minutos,

pelusa tibia de conejitos blancos

y añada entero un axolotl.

Cerciórese primero de no estar arrojándose

a usted mismo.

 

Suba la temperatura.

 

Corte en lianas simétricas

las líneas negras de algún tigre

- Blake, Borges, Rilke o Lizalde-

escoja a su gusto.

 

Revuelva con fuerza

por varios años.

 

No olvide mecer de vez en vez el fuego

con un poco del aire melancólico

de los dolores de Vallejo.

Puede turnarlo, si lo desea,

con las brisas del exilio de Gelman

o con el último soplo de Pizarnik.

 

Observe siempre la mezcla con detalle,

no pruebe hasta finalizada la cocción.

 

Sirva hirviendo.

 

 

BREVE INFORME A O.HENRY

 

Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las

damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible”

O.H.

 

En una cabaña,

            a la orilla de una celda,

una mujer y un beso.

 

/Murray soñó/

 

En la cabaña,

            una cuna y un arrullo,

y en una de sus esquinas: una celda.

 

                                                                 /soñó que era un sueño/

 

En una celda,

            en el borde de una cuna,

un contrincante y una despedida.

                                                                  /soñó morir dos veces/

 

En el pasillo del pabellón,

            en el vértice del camino,

una mano y un silencio del condenado.

                                                                /soñó no morir en ninguna/

 

En un camino de neblinas,

            un hombre y una sospecha,

en el medio: una silla.

                                                              /soñó un grito caliente/

 

En la silla cargada de vientos, besos, arrullos y despedidas,

una cabeza y una llama.

                                                              /Murray soñó que no soñó/

 

 

TU HUMO de viejo poeta

ha transitado cien gargantas

sin encontrar calma en ninguna boca.

Corrió, recorrió y se derramó

sobre estos labios

que ahora te llueven y se diluvian.

 

Tu aliento de nube de invierno

ha arrastrado toda ceniza.

           

No aviva el fuego sobre el mismo río.

 

Permanezco en las orillas del asfalto de tus calles,

quemándome sobre las rocas

con la sed de mis cuevas agrietadas.

 

Soy  combustión sin llama

que se niega a asfixiarse.

Liviana presencia,

agua sin cauces

una sombra que se desangra bajo la luz de medio día.

 

Ya el baile del viento

se ha envuelto en mi carne

y me deshabito por las ventanas esta noche.

                                  

No volverá a mi vientre tu humo de viejo poeta.

 

 

ITSASOA

Entre todos los mares,

me quedo con ese:

mar de humilde inexistencia,

rendido ante la mirada navegante

de territorios más sutiles.

 

Ni su danza, piernas de espuma

ni su música, rasguños de roca

ni su rostro, fragmento mortal de cielo,

me conmueven.

 

Diría, a riesgo de ser inexacta,

no hubo mar, ni playa, ni blanca gaviota,

ni lluvia, ni capas antiguas de montaña,

                                   aquella tarde.

 

Entre mi memoria y yo,

solo dos pares de ojos sorprendidos por la belleza del azar.

 

 

TERRITORIOS ONÍRICOS

 

A Emilia y a todas sus niñas

 

Cuando duermo

la primera puerta es de la abuela,

casa encantada de escalones infinitos.

En su jardín siguen creciendo

duraznos, fresas y toronjil.

 

Los pasos de la abuela

se escuchan en otra frecuencia.

Soy un delfín nocturno

que retorna y retorna a su nido oceánico.

 

De la cama de la abuela

llueven cucarrones,

caen de espalda y enmudecen.

Vibran y agitan sus alas con sabor a tierra.

 

En la terraza viven gatos enredados en cables

en el agosto constante de los sueños.

Los niños maúllan en los tejados

y salen volando con las cometas.

 

Por la casa también camina la mujer humo,

mujer que pita con las ollas,

escondida tras cordilleras

de platos y grasa.

A esta mujer sin abrazos la veo viva,

nadie muere de cansancio.

 

En la casa aparecen y desaparecen

las puertas de las habitaciones,

el retumbar del reloj cada hora,

las ventanas de paisajes de ladrillos,

las niñas acurrucadas al pie del teléfono y

el buzón triste del garaje.

 

Pero mi abuela

 se niega, aquí sí,

a desaparecer.

 

 

LA VOZ DEL PADRE era el canto de la fantasía,

la iniciación onírica de la pequeña de infancia.

De su tribu de sueños venían los personajes de la noche

a poblar la respiración tranquila de nosotros:

  los nuevos habitantes.

Todas las historias las sabía,

 ¡todas!

 

Vivían con él en el misterio,

en aquella unidad espiritual, inquebrantable

de la condición humana.

 

El ritual del cariño comenzaba a las ocho,

se sentaba en su butaco de madera

y la casa se alineaba

 con la antigua música de los astros.

 

Él anunciaba el nombre que habitaría el cuento

            le otorgaba una mirada, un color, un origen

            como puerta de entrada al mundo de lo posible.

Sentíamos entonces la vibración de uno pasos,

            el suelo se convertía en arena,

            o en barro, o en nube de montaña.

 

Las olas chocaban contra los bordes de la escalera

            en los naufragios.

Éramos tierra de nadie,

 el desierto laberintico donde morían los reyes.

 

Aparecían los oasis, la sed, el grito, el delirio.

No había salida fácil del jardín de la serpiente.

Juntos mordíamos la manzana eterna,

y moríamos y revivíamos si era necesario.

 

En esa esquina

tejida por las puntadas de la memoria

fuimos niños,

todos los niños pasados

y presentes que ahora somos.

 

Cuando escribo,

mi padre me palpita, me susurra los finales

revuelve los versos

ayuda a fugarse a los personajes nublados.

 

Cuando escribo,

dejo que sus manos le hagan apertura al camino

-siempre-

porque todas las historias las sabía

¡todas!

 ***

 

MELISSA COBO CAMPO (1991)  IG: @habitandolaposibilidad. Escritora, poeta y diseñadora empírica de tortugas de arena y flores de origami. Nació y creció en Bogotá cerca de un parque con areneras y árboles de cerezo. Cursó Ciencia Política en la Universidad Nacional de Colombia, convencida, cada semestre, de querer dedicarse a otra cosa. Cuenta con publicaciones en libros de antología poética (“Bogotá cuenta, escritos bajo un mismo cielo”2014, IDARTES; “Bogotá cuenta, universos de tierra y tiempo” 2016, IDARTES; “El mejor poema del mundo” Ediciones Nobel, Madrid) y  en revistas literarias (El Malpensante # 180 -2016, Bogotá;  Revista Argonautas #12 -2016, Madrid). Fue finalista del Premio Internacional de Poesía Jovellanos (España) en el año 2017 y en el año 2018 publicó su primer libro de poesía y narrativa “Brebajes literarios” con la editorial Gato de mil Tigres. Los poemas que aquí se presentan fueron publicados en el libro “Pecados Capitales, poesía juvenil bogotana” (2019) de ediciones Exilio.

 



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