Revista Latinoemerica de Poesía

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Lo que quería decir era otra cosa



Lo que quería decir era otra cosa de Michael Benítez Ortiz

 

Por María Paz Guerrero

 

Este libro es sobre la muerte.  Tal vez por eso es un libro negro. El poeta, como el ladrón, están al límite. Desasosegados. Silenciosos, también. El poeta ya no es el ladrón de fuego en Lo que quería decir era otra cosa. Pero sigue siendo ladrón.

Se vive en un barrio donde lo atracan a uno dos pelados de no más de 14 años. Drogados y con cuchillo. Le quitan todo. Y casi no hablan, no tienen que decir “bueno hijueputa deme todo lo que tiene” porque uno se revienta del miedo, se orina en los calzones, sabe cómo es: conoce ese silencio y esos ojos.

Todos nos callamos. Todos juntos, por segundos, juntos. Nunca más estaríamos reunidos así, íntimos, por una sola vez. Se tienen leggins y se acaba de salir del gimnasio. No digamos “por favor, no me mate”. Mejor nos miramos. Tensos.

Uno decide entregarlo todo. Sin gritos.  

En ese silencio nace la poesía de Michael Benítez. Justo cuando se actúa. Cuando ellos agarran todo —lo de uno— en sus manos. Lo tienen, por fin, lo tienen, entonces no matan. 

Ahí está la poesía de Michael. Cuando alguien no se muere, por esa vez, esa única vez. Se sigue el camino, despojado, se sigue.

Los pelados salen corriendo, todavía pueden ser niños, esos pelados.

Algo nos une, por fin: la muerte.

Son niños y son poetas, dice Michael.  Juegan, se ríen, suben, bajan las calles, comen animales.  Hay sol, balones de micro fútbol, techos de lata, dulces. Niños que tocan niñas, que huelen niñas, se ponen nerviosos. A los niños se los llevan al monte. La muerte en este libro es como el poeta, callada y escurridiza.

Lo que quería decir era otra cosa: decir. Hay que decir algo. Reclamar la palabra para enunciar algo. El poeta escribe para decir, por ejemplo, que no se tiene nada, que no se es pobre a secas, que no se exhibe eso de ser pobre.  No se expone lo que se es, naturalmente, se es. Se está abajo y no con los de abajo. Se resiste. Se pasan horas en la calle, en el parque. Se es bilingüe, llanamente. Se sabe, porque pasa, hay poetas falsos y hay poesía. El poeta bebe y orina, sencillamente. Se tiene un barrio.  Solo se tiene un barrio.

Este libro es negro. Habría que pensarlo así, como un libro negro. Porque no es un libro maldito, no es un libro urbano, ni antipoético, no es nadaísta ni mucho menos post nadaísta, no es un libro híbrido que mezcla aforismos, versos y poemas en prosa, no es un libro de imágenes expresionistas, no es un libro objetivista, ni real visceralista. Es negro. Cuando un hombre se mira en el espejo y encuentra una pantalla negra.  Una transparencia negra.

Poner todo al mismo nivel.  Pero sin aplanar. Ni reclamar. Ni edificar. Ni renunciar. Ni aceptar. Ni sintetizar. Todo está al mismo nivel porque todo está dicho con imágenes. Todos estamos al mismo nivel, nos dice Michael. El poeta actúa, pero con la palabra, es decir piensa con imágenes. Así construye un sistema que puede soñar, puede arder. La imagen no tiene jerarquía, tiene un centro oscuro. Un hoyo negro.

Tener una imagen es tenerlo todo, en esta poesía. 

Texto para la presentación de libro el viernes 05 de Julio.

 

 

Acá algunos poemas del libro:

 

 

 

V

Mis amigos salían de la tierra a jugar conmigo. Yo salía del centro de mí mismo. Los despertaban las lluvias de abril.

Amar es darle vuelta a un cucarrón que mira el cielo.

 

 

 

 

VII

Escribí tu nombre junto al mío en el sucio carro de tu papá, entre la arena del parque, en la pared de la panadería frente a tu casa, sobre un pupitre, en el vidrio sudoroso de la ruta del colegio y en la cometa más grande que jamás hubo en el barrio; hasta lo tatué en mi mano izquierda con tinta china y una aguja de coser de mamá.

Aun así nunca lo viste.

 

 

 

 

XII

Para escribir buenos poemas es necesario durar, por lo menos, ocho días sin bañarse. Debes haber sido campeón en algún momento practicando algún deporte; ser el mejor en cualquier cosa: todas son igual de insignificantes. No es importante haberse enamorado, pero ser un poco ingenuo no está de más. Si nunca robaste monedas haciendo mandados a tus padres, no tienes agallas para la poesía.

El poema es la piedra en mi cauchera.

 

 

 

I

Las palabras nunca me parecieron gastadas, manoseadas por el disco rayado de la vida. Nunca caí en sus trampas, porque no había tales. Ahora huyo de ellas cada vez que las siento cerca, tropezando a cada paso.

Cuando uno es niño y vive en la calle, piensa que tiene la casa más grande de todos sus amigos.

 

 

 

 

IV

Los hombres remojan sus mentiras en las palabras y las usan para alimentar a las mujeres.
                       Las mujeres simulan comerlas en silencio.
Es así como ninguno de los dos se siente engañado.

 

 

 

 

VIII

En una casa pescamos sueños con alambre ordinario. Las risas rebotan en las paredes. Inauguramos el bautizo de muñecos con corazón de trapo. El poeta llora en una esquina moviendo un sonajero hecho con tapas de cerveza, que le aventamos de vez en cuando.

 

 

 

 

X

Empecé perdiendo: leo con paraguas para que sus babas no se confundan con mi sudor y poder tener un silencio solo mío, al menos. Mi razón anda en silla de ruedas y nadie la empuja. Las palabras mueren degolladas contra mi cuerpo sin filo.

                              Empecé perdiendo y la poesía todo lo empeora.

 

 

 

  

III

Era un jardín naranja donde papá me llevaba vestido de rayas rojas y blancas. Yo me mareaba en un bus que esquivaba la muerte entre las estrías del asfalto. Aún existía el arcoíris, lo miraba desde aquel viejo bus. Los días iban del chocolate con pan al dos más dos y los colores primarios que olvidé, aunque son los mismos de la bandera con que se ahorcan mis vecinos.

 

 

 

 

 

VII

 

Nací pobre como se nace rico: sin merecerlo. En casa se iba la luz con frecuencia; aprendí que la noche también hay que encenderla. No usaba shampoo pero el Jabón Rey hizo brillante y fuerte mi cabello.

                                  De todo eso no me quejo, pero solo pregunto una cosa, Dios mío: ¿Por qué, además de pobre, me mandaste al mundo poeta? ¿Por qué tanta maldición al mismo tiempo?

 

 

 

 

X

 

Papá me permitía encender sus cigarrillos mientras revisaba el periódico en la panadería. Los rayos de sol eran  jugo de naranja bailando en el aire. Me dictaba algunos números que anotaba en servilletas. Yo salía primero. Pagaba y miraba mi rostro sonriéndole a su espejo.

                                     La mañana ardía.

 

 

 

EL ÍDOLO

Siempre pisando el mismo hueco
voy a atravesar el mundo de
lado                                                      a                                                  lado.
Cuántos ricos caben en el tambor
de mi tres-ocho,
cuántos muertos bostezan tu bandera.

Soy bilingüe porque conozco el silencio
y el idioma de los árboles,
el balde donde la noche vomita su sangre
—y no me deja solo
como una mina que nunca encontró un pie
ni un abismo en qué fundirse.

 

 

 


LA DECADENCIA DEL SILENCIO

Mis sueños cuelgan en los postes de luz
al lado de cometas olvidadas en el tiempo.

Esto de no llamar las cosas por su nombre,
que la desnudez no sea quitarse el cuerpo
como una idea fija tatuada a la sombra.

Entrar en la poesía es meterse
por la calle más peligrosa del barrio
y el poeta, por paranoico, en todas ve
a la muerte fumando sentada en el piso.

Donde se nombre el vacío
ahí está mi cuerpo
—miedo parqueado en la mitad de la noche—.

La quinta pata del gato
es el poema.

 

 

 

 

ÁRBOLES DE HIELO

I
Siempre me gustaron
los Súper Campeones
los veía todos los sábados
a las tres de la tarde
en el televisor de la casa
el único que había en toda la vereda.

Era muy chévere:
sudando nos sentábamos
después del partido
mis primos, mis vecinos y el balón
(pues sabíamos que él también era nuestro amigo).

Un día, cuando llegamos de jugar,
ni mi mamá ni mi papá estaban en la casa
y del televisor surgió una lluvia de moscas
que nos cubrió los rostros.

No sabíamos qué pasaba:
el cielo se puso rojo
y de las nubes surgieron burbujas de sangre
que explotaron en nuestros ojos.

De la calle un ruido negro
—y no me digan que no llore—
subía el telón
y dejaba ver la noche:
ellos también jugaban
a los Súper Campeones
y el balón —su amigo
era la cabeza
de mi padre.



II
En el colegio
todos nos la llevábamos muy bien
a pesar de que el gordo
el más grande de todos
era un poquito alzado.
A veces no nos gustaba estar con él
y en parte se lo merecía
porque nos hacía bataneo
cuando jugábamos con canicas
y le pegaba a los más pequeños.
Pero en el fondo lo queríamos mucho;
por eso nos dolió tanto
cuando su mamá nos dijo
que se lo habían llevado para el monte
la tarde en que dios olvidó
que también había sido niño.
Lo que quería decir era otra cosa

 


III
Ahora vivimos en Bogotá
y para el que no sabe cómo es
se la voy a presentar:
Bogotá es una ciudad muy fría
pero no me refiero al clima
porque —y no me vayan a decir que es bobo—
para eso hace tiempo se inventaron
la ropa gruesa
y las cobijas:
Bogotá es fría
porque la gente tiene un gran cementerio
en su corazón.

 

 

 

 

Lo que quería decir era otra cosa - Michael Benítez Ortiz (Ediciones Exilio, Bogotá, 2019)

 

 

 

Michael Benítez Ortiz (Bogotá, 1991) ha publicado Bogotrash (Cuentos, Argentina, 2014), Lo que quería decir era otra cosa (Poesía, Colombia, 2019); las plaquettes El nadaísmo me lo mama en reversa (Ensayo, Colombia, 2017) y la trilogía Papeles para leer… (Poesía, Colombia, 2014, 2016 y 2018). Compiló y editó el libro Cumpleaños del Tiempo de la poeta María de las Estrellas. Ha ganado el Primer Premio, en la modalidad de narrativa, en el Concurso Literario Nacional e Internacional de Relato y Poesía “Palabras sin fronteras”, Argentina (2013), el Primer Premio en el Concurso de Poesía Festival de las Artes, Colombia (2011) y el Tercer Premio en el I Concurso Internacional de Poesía Grupo Literario Poeta Osvaldo Ulloa, Chile (2012). Textos suyos aparecen en antologías de poesía y narrativa en Colombia, América Latina y España, así como en revistas y sitios web especializados en literatura.

 

 

 

María Paz Guerrero Es autora del poemario Dios también es una perra (Cajón de Sastre, 2018) y del ensayo: “El dolor de estar vivo en la poesía de Los poemas póstumos de César Vallejo” (Editorial Universidad de la Andes, 2006). Sus poemas aparecen en las antologías Pájaros de sombra. Diecisiete poetas colombianas, (1989-1964) (Vaso Roto, 2019) y Moradas interiores. Cuatro poetas colombianas (Colección de poesía. Pontificia Universidad Javeriana, 2016). Selecciones de su obra se encuentran en las revistas electrónicas de poesía «Otro Páramo» y «Clave». Ha colaborado como reseñista de poesía en el «Boletín Bibliográfico» del Banco de la República y la revista de la Universidad de Antioquia. Literata de la Universidad de los Andes con Maestría en Literatura Comparada de la Universidad de la Sorbona Nueva, París. Es investigadora de poesía francesa del siglo XIX y XX y de poesía colombiana del siglo XX. Trabaja como profesora del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central.

 



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