Revista Latinoemerica de Poesía

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La nostalgia escondida en sí mismo



 

 

Reseña de Juan Romero Vinueza

 

 

Libro de poesía: Los viajes de la luz

Autor: Héctor Cañón Hurtado

El Àngel Editor

Colecciòn El otro Angel

Quito – Ecuador, 2015

 

 

Al entrar en Los viajes de la Luz, primer poemario de Héctor Cañón Hurtado, dividido en dos partes: Los viajes de la luz y Solo escribo para no morir y hablo, el lector podrá reconocer el ensimismamiento de la voz poética que se mantiene en una constante cuerda floja al no saber quién es ni a quién se debe o pertenece -quizá, solamente a la poesía-. Aquí, el lector se enfrenta al poeta que es un viajero intermitente, como todos nosotros, de la vida que podría ser únicamente un instante más en la historia de la humanidad. Quizás ese instante sea muy parecido a la distracción o la certeza de ir caminando a ningún lado.

Cañón Hurtado crea un ambiente lleno de nostalgia hacia un pasado que sucedió de una manera diferente a lo que debió haber pasado. El poeta colombiano se ayuda de los paisajes andinos, llenos de una naturaleza que muestra un vacío endeble y amable dentro de las cosas mundanamente cotidianas. La noción de lo bogotano y del viaje dentro de la ciudad, como si el poeta fuese un jinete de la nostalgia y la resignación, de las cosas fugaces y de lo que ya se ha ido y no volverá jamás a ser igual, es constante y hermoso. Sin embargo, Cañón Hurtado también hace referencia a ese momento en el que el hombre se da cuenta de que existe un punto del que nunca se ha ido, ni se irá: el encuentro entre la muerte y la poesía.

Si la poesía es una táctica airosa para morir, como en efecto nos dice el colombiano, aquella esencia vital que todo el tiempo añora el proceso en el cual se marchita está presente en Los viajes de la luz y sus potentes versos. Se puede llegar a reconocer a la nostalgia de la muerte que aún no ha sucedido y de cómo solamente al hundirse y abismarse en sí mismo se puede llegar a la comprensión del yo poético que Héctor Cañón Hurtado mantiene durante toda la obra. Además, existe una pregunta que se realiza desde diferentes puntos de vista y con otras palabras, pero de la cual siempre se obtiene la misma respuesta: ¿Se puede con los pedazos de sí mismo formar un verdadero hombre, un verdadero poeta? A lo que el colombiano responde: Que tus mejores versos sean tus días –deseo, poeta-.

Empero, algo que sorprende es que Cañón Hurtado a pesar de todo busca un punto de anclaje -llámese un puerto seguro- al mundo no poético en el cual la incertidumbre shakesperiana del to be or not to be lo inunda sobremanera. Es decir, el poeta evita el salto al vacío y se mantiene en vida recordando al karma y todas las cosas que -se supone- deberían tener un valor material o espiritual y nos recuerda que el miedo del fin se encuentra mucho más presente en el ser humano de lo que se cree. Porque la vida transcurre en los instantes en los que el hombre posee un fuerte deseo que, al fin y al cabo, solo lo lleva a entenderse un poco más mediante el estudio de sí mismo y todos sus pasados pluscuamperfectos tan latinoamericanos dentro de la poesía.

 

 

LOS BOSQUES DE OTROS POETAS

 

Con las letras de la palabra pájaro hice un tucán de papel:

salió volando como una ráfaga de silencio

hacia la cordillera despejada de la palma de tu mano.

Con los relatos de la locura hice un disfraz de árbol forastero

para navegar los bosques de otros poetas y allí les atraqué:

sus versos atorados, los que iban a cometer,

los que fueron abandonando mientras buscaban con quien beber.

Con una pandilla de flores

hice un amable biombo entre la imagen y los reflejos

para apaciguar el sinsentido de los contornos.

Con los cuerpos desnudos del amanecer

hice un techo de hueso, un lecho flotante y una cobija de piel

para cruzar la noche de ojos abiertos siéndole fiel.

Con tu nombre nadando dentro del mío

hice un sonido nuevo que antes no vivía

y sin embargo ya estaba aquí:

declaró sin altanería el linaje leve de nuestros días

como un profeta desnudo en invierno revela qué es de Dios.

Con las sobras de libros engreídos hice música improbable

para saciar el hambre blanca del papel.

Con las luces de la niebla enmarcando el silencio

hice una sombra pequeña y la enrollé:

después vivió en mi bolsillo siempre plena de amor.

Con el sudor de la paranoia hice praderas de agua alcalina

donde aprendí a escribir sin lápiz ni papel:

en los sutiles pliegues de la corriente

en las piedras del fondo salpicando de luz a la superficie

en las potentes canoas que cruzan del vacío hasta los huesos

de la luna derretida en la corriente de los ríos.

Con pedazos de mi mismo

que iban flotando en el río después de la tempestad

hice un hombre de verdad

que ha cantado como animal

que fornica como animal

que se rastrea a cada rato como un soberbio animal

 

 

 EL OTRO

 

si yo fuera el fósil

más viejo que Dios

encantado

le lanzaría un barco de papel a la luna

la tarde en que no me asomo a la ventana

para que se enamorara de mí,

 

si fuera el Otro

el que me habita

si en verdad fuera quien dice todo esto

al terminar

me montaría en la barca de la muerte

y sonreiría,      

 

si al otro día fuera

al volver a nacer

un ojo sin cuerpo

o el silencio

navegaría por el alma de las cosas

para oír si nos conocen por el nombre,

 

si fuera un rey de origami

prisionero del diablo

decretaría

el destierro de las músicas ajenas,

 

si en verdad fueras el Otro

el que me habita

o si fueras la hoja, el lápiz

no sé qué diría de ti,

 

si fuera el caracol del fósil

le pediría atentamente

que diéramos vuelta

en cualquier curva

con la venia del viento y su favor

para viajar a casa en volutas de humo

a mirarte

y escribir

 

  

LA VENTANA

 

vivo en una ventana trasnochada de tanto mirar la ciudad

vivo en la ciudad que vive dentro de mí,

la tierra tiembla

como la carne vieja ante la prisa del reloj,

la luz se va de gira por los bordes de las cosas

y el diluvio aterriza desde el fin

–todo esto y un poco más cuenta la radio–,

vivo en las palabras que le temen a la muerte

vivo en la muerte de todas las palabras

y en la nada porque en mi casa nunca pasa nada,

amo por igual a mujeres y hombres,

veo porno hasta en el verbo de Dios

y el frío silencio de las cosas me sugiere el fin,

soy un poeta –que es un hombre en la cuerda floja–

caigo en la noche desde un lugar inmediato,

algo así como la tarde

el tatuaje de las sombras en la luz,

no tengo afán de dormirme para siempre

si afuera llueve,

los niños mueren porque no entienden los deberes

y alguien apura la calle que lo lleva al fin,

mi abuelo llegó a esta ciudad detrás de una mujer

con tres trapos rojos y un machete desafinado,

mi vida ha sido mucho más fácil

elemental,

me sobra tiempo para perderme en los nombres de los cuerpos

me sobra tarde para fumar en los parques

me quedan siglos en los reflejos de la ventana

aunque en el fondo de la llovizna,

de esa gota que devora a la otra,

no pasa nada,

solo mi gesto sobre mi gesto

el mismo tono­

de esta tarde

 

 

 

***

 

 

JUAN ROMERO VINUEZA (Quito, Ecuador, 1994) Estudiante de Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Sus poemas y cuentos han sido publicados en revistas físicas y digitales en México, Perú, Ecuador, Argentina, Colombia y España. Es parte del consejo Editorial de la Revista Matapalo y maneja el blog de poesía hispanohablante Cráneo de Pangea, junto con Yuliana Ortiz Ruano. Consta en la Antologías Sinfonía Lírica: muestra de poesía total (Perú, 2014), Noventa Revoluciones (Ecuador, 2015), HARAWIQmuestra de poesía boliviana-ecuatoriana (Ecuador, 2015). 

 



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