Revista Latinoemerica de Poesía

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Lanzamiento de "Sustancias que nos sobreviven"



El próximo jueves 16 de abril se lanzará el libro Sustancias que nos sobreviven ganador del VI Premio Nacional de Poesía UIS 2014, de Alejandro Cortés González. La presentación estará a cargo de Luz Helena Cordero. El evento se realizará en la Librería Trilce de Bogotá, calle 65 #10-20, 7:00 p.m. Copa de vino. Organiza Fundación Trilce.

 

 

ALEJANDRO CORTÉS GONZÁLEZ

Bogotá, 1977. Ha publicado los libros Notas de inframundo (Novela, 2010), Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012) y Sustancias que nos sobreviven (Poesía, 2015).
Ganador del Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) con Notas de inframundo, y Cuento (2011) con Él pinta monstruos de mar.
Ganador de la Beca de Circulación Internacional para Creadores del Ministerio de Cultura (2013), con la que participó en VII Festival Internacional de Poesía en París.
Ganador del VI Concurso Nacional de Poesía UIS (2014), con Sustancias que nos sobreviven.

 

 

PARA SOBREVIVIR LA CASA

 

La casa está cerca de un lago que ya secaron
y de un paradero al que los buses dejaron de venir
Cerca está la vía férrea
por la que nunca vimos pasar el tren

Nacimos en hospitales que ya no existen
Nos perdieron las calles cuando cambiaron de nombre
Desconocimos el colegio cuando cambió de dueños

Cuesta ubicar con precisión la casa de los primeros amigos
Recordar la anterior fachada de la iglesia
o cómo era el columpio que colgaba del árbol
antes de que la tentación de los edificios
lapidara la infancia del barrio

Un amigo que ya no visito
decía que la casa de un hombre
debe estar cerca de todo lo que le habita
A nuestra casa
la que tiene en la ventana el cartel de una inmobiliaria
la rondan las demoliciones
la sobrevive este poema
y la habita
todo lo que perdimos.

 

 

CONVERSACIÓN ENTRE PARÉNTESIS

 

Desde el rincón que soy, la tarde se mira a sí misma. Termina la hora del almuerzo, la gente con prisa hacia los edificios, y yo… con poemas de Guillermo Martínez González

(Guillermo
soy ese paréntesis
He roto este día)

El título del poemario también es lugar de vacíos. De este lado, la ventana llovida; allá la niebla: prodigio de árboles mojados que fluye sin cabalgar metáforas. La mesa huele a lavanda de librería que recién abre las puertas

(¿Ves el sauce a orillas de la lluvia?)

Son las dos de la tarde y las nubes se abisman desde los acantilados de China. Voy por las páginas finales mientras los oficinistas retoman sus afanes. Se silencian el olor a lavanda y el treno de la nube milenaria

(Guillermo
hay un espejismo de sauce
en la ventana)

Yo me quedo con este instante en el penúltimo verso
antes del segundo aguijón de las máquinas.

 

 

LA TÍA JOSEFA Y LOS POETAS

 

La tía Josefa, que no conoce a los poetas, dice haber visto los cuellos almidonados de sus camisas abrirse al estallido de una carcajada o de una mala palabra. A las seis de la tarde soltaba las cadenas del perro, allá en el patio de tomates, para que desfogara con saltos y aullidos la ira de estar encadenado durante todo el día. La tía Josefa, que nunca vio la cara de poeta alguno, dice que ellos le temen a los perros y a la sombra del árbol de tomate. Y dice que le toca lidiar con eso porque a los poetas les atrae el tinte de tinieblas de la estufa de carbón y el laberinto de las baldosas de la solana.

Ella no vio a los poetas apretar los dientes pero imagina su rechinar cuando asoma la cara por la ventana de su cuarto, mira hacia el patio y ve lo crecidas que están las sombras. En las mañanas limpia la estufa y brilla las baldosas, para que el sol desentuma esa bruma de poeta que viene desde el cementerio. En las tardes pone la comida del perro a la sombra del árbol de tomate, y se sienta en la mecedora a ver cómo el sol extingue sus formas sobre las baldosas. La tía Josefa dice que allí es cuando presiente la llegada de los poetas. Y no se presiente ni con los ojos ni con los oídos, sino con los velos opacos que merodean las baldosas y entran a sus huesos para acompañarla a pasar la noche.

Cuando el perro se cansa de ladrarle a las sombras del árbol de tomate, la tía Josefa se va a la cama con esa neblina de poeta que desde el patio regresa al cementerio. La tía Josefa, jamás tocada por hombre ni poeta, desde la ventana lanza besos a la bruma.

 



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