Revista Latinoemerica de Poesía

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Poema del viernes # 42



Por Hellman Pardo

    En San José del Guaviare, entre líneas, leo el arrullo del aire, aves que se fugan del tiempo. Me acompañan las letras de Eduardo Lizalde en mi valija. Basta con empezar uno de sus poemas para entender que ¨lejos¨ no es lo mismo. Eduardo Lizalde nació en Ciudad de México en 1929. Su obra poética  iniciada con "La mala hora" en 1956, fue seguida por otras publicaciones entre las que se destacan, "Cada cosa es Babel" en 1966, "El tigre en la casa" en 1970, "La zorra enferma" en 1974, "Caza mayor" en 1979,  "Tabernarios y eróticos" en 1989, "Rosas" en 1994  y "Otros tigres"  en 1995. De su poesía afirma Marco Antonio Campos: ¨Eduardo Lizalde representa un caso raro en la poesía mexicana, al menos, por dos razones: una, que su reconocimiento como poeta sólo se dio pasados los cuarenta años con la publicación de El tigre en la casa (1970), y que, por la vertiente primordial de su país, ha sido y es en nuestro país el más brillante, por no decir el real y único, heredero de la poesía maldita, sobre todo del linaje francés: de Rutebeuf y Villon, de Baudelaire y Rimbaud, de Lautréamont y Artaud. De todos, sin duda, su influencia múltiple, su “verdadero dios”, ha sido, como lo fue para Arthur Rimbaud o para Émile Nelligan, Charles Baudelaire.¨   Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses... Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses; que se pierda tanto increíble amor. Que nada quede, amigos, de esos mares de amor, de estas verduras pobres de las eras que las vacas devoran lamiendo el otro lado del césped, lanzando a nuestros pastos las manadas de hidras y langostas de sus lenguas calientes. Como si el verde pasto celestial, el mismo océano, salado como arenque, hirvieran. Que tanto y tanto amor y tanto vuelo entre unos cuerpos al abordaje apenas de su lecho se desplome. Que una sola munición de estaño luminoso, una bala pequeña, un perdigón inocuo para un pato, derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas y desgarre el cielo con sus plumas. Que el oro mismo estalle sin motivo. Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa se destroce. Que tanto y tanto amor, una vez más, y tanto, tanto imposible amor inexpresable, nos vuelva tontos, monos sin sentido. Que tanto amor queme sus naves antes de llegar a tierra. Es esto, dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele.


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