Revista Latinoemerica de Poesía

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Espejo para solitarios



Espejo para solitarios

Reseña por Jorge Valbuena

Solos - Xavier Oquendo Troncoso

Colección literaria Almuerzo Desnudo. Manabí - Ecuador: Editorial Mar Abierto: 2011.

Deshabitados, secretos entre nuestros secretos, salimos a poblar el día. Los solos se ocupan de todos los detalles, escampan bajo los aleros de su propia tempestad sin dejar que sus truenos traspasen otras memorias, las mismas que se desatan ante un reflejo o un atisbo de azar. Los solos tropiezan con otros solos y se levantan las veces que requiera el silencio. Cae la noche en sus senderos y un laberinto de hielo les nace desde sus heridas. Los solos saben conversar con sus espejos, mientras vuelven las caídas, mientras gotea en el fondo de sus alforjas un nombre que los condena a ser la nueva sombra de sus sombras, la nueva especie que desnuda los límites del tiempo en busca del humo y de la cicatriz.

Como un eco de nuestra huella queda este piélago de sombras encendido, auscultando las absoluciones que nos hemos prodigado, las visitas a nuestra soledad, el ardor desenfundado de la sílaba exacta, el recorrido por las páginas de este libro como por un espejo de piel recién tallado. SOLOS, la más reciente obra publicada del poeta Xavier Oquendo Troncoso demarca las orillas de nuestra heredad, la soledad como punto de partida, como punto de llegada y eslabón de nuestro más íntimo misterio: la ausencia de nosotros mismos.

Desde el inicio de su marcha la soledad se propaga como un viento que nos desnuda, dejándonos a la intemperie del mundo con nuestros despojos, los mismos que hemos ido acumulado en tantas lunas rotas. Un epígrafe de Eduardo Galeno, que lleva el mismo título del libro, abre el panorama al universo de los solos. Con un registro que delata las fisuras que deja el tiempo, los rezagos de los días, las máscaras de la ausencia, nos involucramos en una certeza que poco a poco se va adueñando de nuestros vacíos, la cotidianidad en la que nos anclamos para acostumbrarnos a nuestras caídas. “Voy con los miedos/ por esos senderos/donde solo parece oírse/ cómo reclaman, en el viento,/ las brisas que se juntan para amarse.” Un soneto se ocupa de mantener un diálogo con otros tiempos, después un escaño minimalista continúa el canto. Una voz que pretende ser individual, indiferente al lector, puesta en un lugar desconocido, se apropia paulatinamente de aquel que se desliza por sus páginas. Una suerte de rapto se desata en el primer capítulo Solos, durante el lapso del primer apartado: Una sola voz, al segundo: Todas las voces.

Allí ese murmullo que pretendía ser secreto se convierte en eco, y acaso un estruendo empiece a ocupar sus páginas, el de nuestra condición de solitarios. La voz que ahora nos delata sugiere una cartografía del espacio habitado por los solos: las avenidas, los trenes, los laberintos, los reflejos, los catálogos, los bancos, las escaleras. Como una especie que merece ser analizada milimétricamente, este primer capítulo se encarga de indagar, como en una taxonomía, el carácter de ausencia del solitario, los motivos de su despojo. “Cerca de la avenida repleta de silencios/ viven todas las familias de los solos./ Unas son ciegas. Otras han perdido/ el olfato y amaestran un perro/ que les sirve de lazarillo.” Su condición de solo para el solo no depende sólo de aquella niebla que se posa en su interior, su nostalgia y sus dolores, eso que convive con su silencio, sino también con ese afuera que los amenaza, que los conmina a ser demasiados y a preservarse entre leyes costosas que ponen precio a su soledad.

El adentro y el afuera, lo público y lo privado, lo secreto y lo confeso; todo ello se mezcla en el universo del solo, siendo lo que determina los rasgos de su especie. Especie que se va adaptando a la carencia de lo que se extingue, al delirio que nos ha sido impuesto por los cables con que ahora nacemos atados a nuestras caricias. SOLOS tiene como escenario este nuevo entorno, que no sólo ha cambiado la forma de relacionarnos con el mundo sino también la forma de identificarnos, de hallarnos, de ser. La relación con la máquina y el aparato, que ha hecho que nos alejemos del otro tras un telón donde un bullicio de espectros indaga en silencio el nuevo ciclo de la vida, el de nuestra soledad acompañada por otros solitarios que miran pasar sus sombras desde una ventana desconocida que los conoce profundamente.

El segundo capítulo Nacimiento del dolor desata la incertidumbre. El solo que ahora conocemos detalladamente pone en escena sus deseos y los embriaga de pesadumbre. Como si todo esto de lo que está compuesto el solitario entrara en contradicción con su carencia. “Hay un niño enfermo en mí/ que me corroe/ que se rompe y se manifiesta/ en el exabrupto de mis horas secas./ De mis llanto secos. De mi culpa seca.” La voz que antaño recorría las grietas del día es ahora un amasijo de senderos que se entrecruzan con el recuerdo y la condición de seguir siendo a pesar de lo recorrido, delatando el sentimiento y la emoción como elementos que determinan nuestro paso por el mundo, hallazgos imprescindibles de nuestra condición humana.

El rapto en este punto se ha consumado. Ya no hay una sola voz, ni es la del lector, ni la del poeta, somos muchos los que aparecemos involucrados en este libro, quizá como culpables o sometidos, la soledad a esta altura ya es un cielo despejado que nos cubre a todos. Las tormentas siguen adentro, bajo el silencio con que baja nuestra saliva al saber que nos hallamos en alguno de estos versos. “Todo ha sido un mar de limonada/ para echarle a la pus de las fracturas/ y terminar esta infección del alma.” Un estrago que nos delata compartidos, solos y consumidos, lunáticos de nuestras lágrimas rotas. Nos posamos así en el tercer capítulo La posta, donde un poema largo, dedicado al padre, nos pone en otro acertijo de la memoria: los que hemos sido, los que seremos. El solo despunta de otra soledad, como queriendo mantenerse bajo la tempestad de su atadura, espina de su amor en otra parte, la heredad que le pertenece a su presente. Las cenizas que se poseen y deben seguir cabalgando en el viento. “Tarde o temprano/ seré padre de mi padre./ Me acercaré al lado próximo de su sombra/ y comenzaré a renacer en su mundo de armas./ Manipularé la figura de sus genes. La razón de su causa y el efecto/ de sus circunstancias./ Aprehenderé de sus ramas/ y del fruto azul que encaja en sus raíces.”

El cuarto capítulo Esto fuimos en la felicidad, convoca al recuerdo como presencia, manifestación que se conserva como atadura o cicatriz. Reúne un conjunto de poemas de su libro publicado bajo el mismo título en el año 2008. En él los deseos vuelven a aparecer con el furor de su apariencia, sin la resignación que el dolor le ha destinado en otras páginas. “La esquina donde hoy crece un eucalipto/ era antes el café de nuestras horas./ Allí vivimos noches y mil y una,/ allí asomó Aladino y su mal genio,/ allí éramos más grandes que el destino.” Desde este capítulo el libro adquiere una condición de caleidoscopio, se detalla en dos caras, como la contraparte del que se asume solo pero conserva todos los espejismos de su pasado. Una libertad desaforada, un despliegue de azar y de costumbre, un hechizo de anhelos y apetitos, un orgullo siniestro que cabía en el orbe de Los Bíblicos, esa tribu que se incendió a sí misma multiplicando los panes y los peces de su resurrección.

Nostalgia del día bueno es el capítulo final, en él aparece la cotidianidad en un conjunto de estampas que manifiestan lo que han dejado los instantes, como evidencias de las múltiples metamorfosis que ha tenido la soledad. Los espacios definen la forma como se conserva el recuerdo, el clima con que nuestro presente abriga cada uno de sus retornos. El frío, el sol y la nieve comparten un mismo territorio, el largo trecho de sus apariciones alcanza a extender al presente la emoción de su origen. “El sueño,/ la nieve,/ esa nube de hastío que se repite/ en los mismos rostros;/ la misma calle de la ciudad/ que alguna vez/ fue cuna del encantamiento.” Migraciones que en presencia del anhelo conservan su andadura recobrada, el recuerdo como sangre del solitario, como su lava. Algo guarda silencio y un murmullo ocupa la última página, como una crepitación de algo que perece para su inicio.

SOLOS cobra su identidad de palíndromo al completar las cinco partes que lo integran. Inicia en el presente de un individuo transformado, alienado, condenado, pero que a la vez conserva las emociones de otra época, algo que resiste en su vacío, nos posiciona en los motivos que desde el exterior lo condenan; termina en el retorno, en el recuerdo, en su interior, el solo se mira desde el fondo de su inquietud, con los rezagos que han ido quedando de su devenir  hasta el nacimiento. Xavier Oquendo explora así diversas dimensiones en este libro, el tiempo como reflexión del instante, anunciándonos que este no se trata de algo pasajero sino que contiene las huellas de otros abismos. El lenguaje como manifestación polifónica, en él permanece el solo que representa a los demás, su condición plural, la voz pasa de la forma clásica (el soneto) al poema de largo aliento y al verso desatado, libre, minimalista. Se halla también una reflexión por el carácter de pertenencia que puede tener un poema, ya que en este libro el lector se halla prolongado al nivel de enunciador debido a los rasgos que lo determinan y al entorno mecanicista que lo modela. SOLOS es un libro cuidadosamente labrado, que parte de una mirada del presente que no niega el pasado, sino que trata de conservarlo como un pilar del ser humano ante los mecanismos que lo condenan al olvido y a la muerte.

***

 

 

)3(

Los solos comen la tristeza
y ahuyentan a la gente
con el olor de su potaje.
Están siempre esperando
que los acompañe
esa mísera persona
que los habita,
mientras el tren pasa.

 

 

 


)7(

Es solo el que se anuda la corbata
y vierte en el espejo su reflejo.
Se va mirando azul en un perplejo
golpe que da la luz y lo desata.
Solo es el que se esconde en su garganta
y busca otro sonido que lo acoja.
En su coraza vibra como hoja
que vuela hasta otro otoño que lo arranca.
Aquí estoy yo de solo, solamente,
incrementando el surco a la corriente
que escapa de su ostra mala traza.
Y aquí me quedo solo como el Cristo
que quiso ser humano y quedó listo
para llenar la alforja de su caza.

 

 

 

 

)9(

Recomendamos tomar su equipaje de mano.
No regresar a ver al que está al lado
porque no existe.
Aquello que usted ve
es el reflejo de un holograma azul
que convive con su realidad virtual.
Usted está en el sombrero del mago
que luego desaparece.
Cualquier conejo aparecido
es un simple gesto de cortesía.
Si está pensando aparecer en grande
no espere. Que los solos
tienen siempre una medida estándar.

 

 

 

 


RECUENTO DE LOS HECHOS

Todos nos fuimos.

Atrás se escucha el torpedo de la fiesta,
la corona roja de los bares,
el aguardiente azul que nos amaba
y la marcha desigual de la jarana.

Después, la madrugada con olor a miel.
Los amigos dormidos, amontonados
como un pozo de trinos,
como un manzano cargado.

Éramos todos, solo el viento era solo.
Los demás, los otros nosotros,
éramos uno en la soledad del nuevo día.

Nos dolíamos juntos y eso era la felicidad.

 

 

 

 


TÚNEL DE INVIERNO

Se abren y se cierran las puertas
de estos metros insensibles
que cubren toda nuestra ceniza.
Todos subimos y bajamos las escaleras
de una boca de metro
que se lleva los poros invernales
de nuestros húmedos cuerpos.
Llegamos, por fin,
a los túneles vetustos
que traspasan los trenes
todos los días de su trajinada,
mecánica,
bulliciosa
vida.
Los túneles infames
siguen ocultando
el cruel rostro del incendio.
Todos leen en el metro
alguna novela de aventuras.
Los miro con asombro,
mientras un túnel me come íntegro
en un espeso sueño.

 

 

 

 

***

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado 8 libros de poesía. Su obra poética está recogida en Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005); En narrativa: Desterrado de palabra (Cuentos, 2000, 2001). Antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (2002). Literatura infantil: El mar se llama Julia (novela, 4 ediciones) Su último libro de poemas es Esto fuimos en la felicidad (Quito,  2009). Representante del Ecuador en importantes encuentros poéticos y literarios en España, México (“Primer Encuentro de poetas del mundo latino”, -Oaxaca, 1998-), Colombia, Chile y Perú. Premio Nacional de poesía, en 1993. Es director y editor de ELANGEL Editor. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, inglés y portugués. Publicó recientemente su libro Solos. 



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