Revista Latinoemerica de Poesía

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11. Winston Morales Chavarro



   

 

Los poemas de Winston Morales Chavarro “poseen un tono delicadamente sereno, pleno de luz, rarísimo en nuestros días, tan pródigos en el derroche de un escepticismo vulgar. Abordan con valentía la lucidez de entender lo vano y cándido del esfuerzo humano, pero no claudican ante la esperanzadora tozudez de un universo que sigue dándonos las mismas satisfacciones originarias, eternas, perfectas”, escribió Enrique Serrano López-en el prólogo al libro Memorias de Alexander de Brucco.

En efecto, en su poesía vamos ovillando un lenguaje que enclava cada palabra con precisión y sutileza, para ir llevándonos, por medio de imágenes que parece que danzan sobre la levedad de la hoja, a una mitificación del pensamiento, a lo ancestral y sensorial de la historia y, en definitiva, a una suspensión de las horas.

Presentamos una muestra de sus poemas:

 
 
 

De Aniquirona (Trilce Editores, 1998)

 
 
 

I
 
Y estoy buscando las voces del camino
Para traducirlas
Seguro llevarán tu nombre
He aprendido a interpretar la voz del viento
Esa misma que arrulla las hojas entreabiertas
De tu árbol.
¡Aniquirona, Aniquirona!
Te llama el río
Y en las gotas frenéticas del aire
Va tu aliento prendido a las veletas.
Al cuenco de mis manos
Llega impetuoso el sol
Con el oro y el trigo de tu cima
¿Debo ascender al principio del lenguaje?
Allí narran las gaviotas
Los días difíciles del cielo
El trasbordo misterioso de las nubes
¿Debo traducir el idioma musical de sinsontes y de mirlos
para conocerte?
He de cuestionarme
Mujer de largos sueños
E inexplicables trances
Cuál es el país al que me invitas?
Apenas sé cómo te llamas
Me lo ha contado el río
Y sé que Aniquirona
Es el umbral de otros caminos.

 
 

II
 
Toda vez que me aproximo a Schuaima
La muerte posee la voz
De múltiples aves
El aire azul revolotea de fibra en fibra
Mientras las piedras
Juegan a pronunciar sus palabras menos comunes
Y las hojas saben de antemano
Que soy nuevo en este sitio.
Aniquirona
Hay un yo que me detiene
Que se esmera en el regreso.
A veces pienso
Que ese habitante
Joven entre los viejos
Ama las mismas cosas
La obscura puerta de las posibilidades
La famosa casualidad de las instancias
¿A dónde van todas esas voces
que me conducen a tu reino?
Sigo las hojas que corretean presurosas
Sigo la lluvia y su música húmeda
Sigo los pájaros y sus ondas
Hay una aproximación entre el lenguaje de los árboles
Y el mío.
Sólo así puedo acercarme
Sólo así sé que existo
Y que el camino no es camino
Sino va cargado de palabras y de voces.
Estoy en Schuaima
He llegado con la brisa
Sólo su silencio musical me satisface
Aniquirona:
¡Hablemos de poesía!

 
 

III
 
Aniquirona
Cuando bajo las escaleras de la casa
Pienso que esta es otra forma de llegar a Schuaima
-el reino del gran más allá-
puede que descender
sea otra forma de ascenso.
Allí
Al otro lado de este día
Está el tren que debe transportarnos.
Llueve,
Llueve
Minutos
La carretera adversa,
Va el camino
Contragolpeando este chasquido de paisajes.
Por la ventana
El puente de los árboles
Una puerta
Un árbol de pájaros azules
El río de los caracoles
Todo se aglutina en torno nuestro
Sólo el tren va por el camino
Y con él
El canto distante de los rieles
La música de la calle
La voz continua de la lluvia
Una luz lejana que me llama.
¡Silencio, silencio!
Voy prendido al viento
Floto
Y me doy cuenta
Que la muerte es música
Y a la muerte hay que escucharla
Con los oídos despiertos.

 
 

VI
 
La vaciedad del infante tiempo
Antes de tu luz
Chocaba con la casa
Golpeaba las paredes
Las lejanas puertas.
El camino
Apenas cerca
Extendía sus aleros a mi playa.
¿Cómo coordinar los movimientos
para alcanzar la distante orilla?
Era yo un diminuto pájaro de piedra
Silente y ciego a otras latitudes
Un crustáceo hecho de cemento
Perdido en el silencio del mar y de la roca.
¡Sálvame, pálpame!
Allí te he avizorado
En la nada
En el monólogo del viento
En la ingravidez del día
En la raíz del todo originario
En el principio del lenguaje
Y en la voz del río
De la noche
De la luna
Y de los campos
Que se izaron en mi oído.
Aniquirona
La plenitud ligera de mis alas
Luego de tu luz
Voló madura hacia tu bosque.

 
 

VII
 
Extranjera
Danza de fuego
Sé que la muerte es escuchar otras voces
Y por eso
Poso mi oído
En la cascada de tu río.
Busco la muerte
Y camino desnudo entre las piedras
Busco esa voz
¿Acaso distante?
¿Acaso cercana?
Tal vez en mí
Disfrazada en mí.
Sé que allí
En el silencio obscuro del espejo
Está el sonido orquestal de otra mañana,
Mi cabeza se agita con el viento
Y llueve
Llueve y he sabido con la lluvia
El diccionario abierto del camino.

 
 

X
 
Me sobra coraje para amar la muerte
He viajado a mi niñez en sus espaldas
he visto los helechos colgantes en el patio
el árbol de la vida
el claro de luna
llegándome,
apaciguándome.
Gracias a la muerte
Estoy en Schuaima
Otro modo de existencia
Otra forma de quedarse
Y acostumbrarse a los recuerdos
A uno mismo,
A ese otro conocido.
La roldana y el cubo
Cantaron la caída de mi cuerpo
A través del túnel de las sombras
Su música blanca;
-Cántico dormido al final del pozo-
formó una gigantesca onda
que cubrió de canciones y músicas eternas
mi espíritu de pájaro
mi alma de águila nocturna.
Forastera
He abierto los ojos a la vida
Luego de ese viaje inexorable
Después del paso transitorio por el sueño.
La música de la roldana llegó como el sonido de las aguas.
Antes de que cayeran las hojas de los árboles
Antes de que el viento dibujara otro reloj
Con las estrellas
Estaba en Schuaima
Desprovisto de mi antigua ropa,
Desnudo,
Con los ojos abiertos
Entregado a la pasividad,
Al permanente transcurrir
Por el valle de las tristezas.

 
 

XI
 
Aniquirona
Morir no implica ningún riesgo
la muerte es una puerta
y el tiempo una ventana
por donde mis pasos presurosos
perciben otras cosas, otros mundos.
La inspiración de la locura
¡Oh amada locura!
Se manifiesta en mi suavísima forma
De mirar y asimilar el cosmos
En mi manera de hacerle el amor a la naturaleza.
La tiranía de la normalidad no me socorre
He decidido que mi realidad sea variable,
Indescifrable,
Impredecible.
Así como mis ojos
Perciben a través de las paredes
Y mis manos a través de las quimeras
Mis ideas asimilan con exactitud
Los espacios ingrávidos
Los sueños etéreos de épocas pasadas
En donde me sujeto a la felicidad de la sorpresa.

¿Cómo seguirme?
¿Cómo perseguirme?
Schuaima nos junta a ambos en el universo
En las estrellas
En este infinito sueño que nos llama
En este esperar
Nacer
Abordar el tren
Barajar los días
En este regresar a la vida
A la muerte
Y viceversa.

 
 
 

De De Regreso a Schuaima (Ediciones Dauro, Granada-Espana, 2001)

 
 
 

II
LAS PIEDRAS
 
Las piedras de esta Terra
Parecen perlas
o nidos de pájaros prehistóricos.
Aquí las palabras huelen a viento
Y el silencio tiene forma de roca.
En las piedras de esta Terra solemne
Se encierra el espíritu de la lluvia
El canto de los jilgueros
El color de los árboles y las selvas.
Piedras de Schuaima:
Montañas desnudas
Solitarias colinas
Peñas blancas que se botan como palomas
A un verde cielo de tierra;
Aquí mi mano saluda
un país constituido de piedras:
Rocas perfumadas, rocas uniformes, grises piedras para la pesca,
Grandes y escamosas rocas
Todas!
Piedras de Schuaima
Las amo por sabias y no por duras.

 
 

III
LOS PÁJAROS
 
Pájaros hay en Schuaima
Como abetos en la China
o místicos orientales en las orillas del Nilo
Pájaros ataviados de luz:
Currucas, navíos, toches, goletas,
Derroteros, serpentarios, piqueros de patas azules.
Los pájaros de esta Terra
conocen las violetas de Parma, los tábanos del este,
las arborescencias del Mississippi;
Mundos posibles en el crepitar de sus alas lluviosas;
Pájaros que parecen nubes de yarumo y trigo
remontando su vuelo
por bosques de arrayanes y dindes balsámicos.
Estos,
los viandantes de este piélago desnudo
los pájaros que soñara la Dulce Aniquirona
en su canción por la memoria del bosque.
Pájaros de Schuaima
provistos de alas, de luz y madreselvas
decidme:
¿Qué es lo que gravita en las otras orillas?

 
 

IV
LOS RÍOS
 
Como un volcán en su canción de fuego
como una colina de nieve roja,
así vive Schuaima poblada de ríos.
Ríos que bajan por los llanos
como muchachas desnudas
con trenzas de agua en sus bocas.
El río más grande de Schuaima
se llama Calixto.
Llena la luna
ve descenderlo dormido
por las piedras y las campanuelas del valle.
La espuma con su risa blanca lo llama
Calixto, Calixto!
Gravita el río con sus plumas de agua
porque el viento besa su muerte
y su ronquido de dromedario.
Allí está
flotando en un mar de ríos Schuaima
innumerables volcanes hablando del agua:
Paris en forma de lago,
Rogitama un riachuelo de peces,

Calixto y sus rostros de plata
vaciando sus ojos
en ánforas de pescadores.
Como un espejo con cara de hombre
como un pensador de Rodin sobre el charco
yace Schuaima poblada de ríos.
Allí van los hombres moribundos
a dejar sus recuerdos y sus rostros.
Éste es el arca del olvido
el río en donde la memoria desciende
por entre colinas de sueños
y el hombre se va quedando dormido
mientras el agua le baja los párpados.

 
 

VI
LOS POBLADORES
 
Los árboles en Schuaima
son hombres petrificados
que han adoptado el lenguaje de viejas torres de trigo.
Hombres que antes de madera fueron barro
antes de ceniza fuego
y llameaban en la noche
como una caracola de trigo
o una estrella de ramajes y arboladuras.
En mi memoria de extranjero
persiste su posición de Hidalgos
sus rostros de guerreros besados por el sol;
Su postura de arqueros
sobre un rocinante de musgos y de piedras.
Árboles de Schuaima
hombres leñosos que madrugan con su canto de corneja
y se vierten por la llanura
para desperdigar su sombra o su quejido.
Quijotes de talles gráciles
en donde Dulcinea teje una telaraña de invocaciones
mientras el obeso de Sancho
sueña con Barataria
en la curva olorosa del yarumo o del algarrobo.
Estos;
los árboles de Schuaima
hombres que han preferido vestirse de lluvia;
columnas de hojas secas en las riberas del bosque y del sueño.

 
 
 

De Memorias de Alexander de Brucco (Editorial Universidad de Antioquia, 2002)

 
 
 

I
A EVA EN EL DESTIERRO
 
Qué hermosa es Eva
Qué hermosa la serpiente que le rodea
El árbol que crece en su talle
El fruto carnoso que despliegan sus labios
Al posar sobre la ocarina
Su música en las orillas del bosque.
Qué hermoso su cabello
-Grajillas oscuras que caen sobre sus hombros perfumados-
su nariz que respira otros mundos
y crea para tantos laberintos
el azahar y las guirnaldas que los sustituya.
Qué hermosa es Eva
Qué hermosos sus tobillos
Las huellas que dibuja sobre la arena
Para marcar el camino hacia la luz y hacia las sombras.
Qué hermosos los hijos que le ha arrojado al mundo
El río que desciende por las colinas de su vientre
El volcán de sus ojos de fuego.
Qué hermosa esta costilla pensante
Este polvo sagrado
Esta caña aromática
Que guarda en sus pechos fragantes
Otra manzana para las épocas de lluvia.

 
 

IV
ABEL
 
Caín
Hermano de vientos, nubes, diluvios y ríos
Un mar de luces opalinas gravita en los guáimaros de la ciénaga
Y se aglutina en mi espejo
Como un prisma que nos dice:
La muerte es una puerta
Y el tiempo una ventana
Por donde nuestros pasos presurosos
Perciben otras cosas, otros mundos.
Bello Caín
La quijada de burro con la cual me mataste
Tenía el olor de las encinas y los pinos,
De tus labios venían hasta mi norte
Unos chopos amarillos
Que enhilaban mis pétalos melancólicos
En el hilo de la muerte.
Hermano profanado por los cielos
El dolor de tu hacha cavernoso
Penetraba mi topografía más remota
Mi geografía y mi valle más sagrado.
Ante el golpe subceleste
Que yo he encontrado sutil y generoso
Y que tú asestaste con una sabiduría infinita
Yazgo en la orilla de tu río, pensativo.
Oh, amado Caín
Tus huellas de madreselva
Van decorando mis entrañas,
Van vistiendo de semillas, de hiedras y resinas olorosas
Mi cuerpo fatigado por los viajes.
Mi sudor se impregnaba de tus frutas;
Tus piñas, toronjas y zapotes
Decoraban mi cabeza
Con coronas tejidas por cientos de cuchillos.
Nada soy sin tu golpe
Herrero milenario;
Tus manos son el yunque
Que moldean, a la sombra de estas islas misteriosas,
La herradura, los cristales y los cuarzos
De otras Islas en el hado de la muerte.
Caín
Hermano de mis antepasados
Hay en ti un pretexto para silenciar la historia
Como si la memoria de las dagas
No aceptaran la muerte de Goliat
Como una templanza de David,
Mi muerte es una templanza tuya.
Amado Caín
Por tu golpe y tu palabra
He conocido el paraíso.

 
 

XIX
LÁZARO
 

A Jader Rivera Monje

Ahora que soy tantas cosas al tiempo
Ahora que asumo mis vidas pretéritas
Y las lanzo a la carne o al barro
para que se vuelvan poemas
o pequeñas hojas que se enfrenten
al aire rizado del Zaire
me llaman Lázaro.
Soy Lázaro
El hijo de Betania
El hermano de Martha y de María
He conocido la muerte
Su río de rosas, gladiolos, violetas, mirtos y lirios
Que he transitado, navegado y respirado
En los cuatro días que duró
Esa odisea por el mundo fascinante de las sombras.
Soy Lázaro
Tengo setenta nombres
Música, viento, pájaro, buey, lluvia
Son algunos de ellos
Creo en la resurrección
En la pervivencia
En el soplo cálido que trasciende
Más allá de estas tribus.
Me he levantado del barro nueve veces
Y ahora
Soy el polvo que no vuelve al polvo.
Mis manos y pies
Todavía están atados con envolturas de entierro
Pero también es cierto
Que bajo mi cuerpo crece la hierba
Circundan el gusano, el ciempiés, las calambrinas olorosas,
La gaviota que remonta su vuelo
En busca de otras corrientes de aire.
Soy Lázaro
Habitante de Betania
Amigo de las sinagogas
De Canaám, de Cafarnaum, de Nazaret, de Galilea
Y de otras tierras lejanas
Cuyos nombres no entenderían
Tengo el rostro cubierto con un paño
Pero cada vez que me levanto a la vida
Cada vez que una mariposa
Me recuerda que he nacido de nuevo
El paño va cediendo paso
A otras estrellas, a otras luces, a nuevas especies de animales,
A otros caminos.
Soy Lázaro
Y en este viaje al final de la vida
Me sentaré sobre otra roca
A hilar el cordón sagrado
El pedazo de río
Que me devuelva a otra corriente
En donde todas las voces clamen,
Todos los músicos canten,
Todas las lluvias digan:
“Lázaro, levántate!”

 
 

XX
CARTA DE UN ESCRIBA
 

A Magdalena

Yo no sé de dobleces de campanas
De sanear o purificar sepulcros
Pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre
Y alguna parte de esa música secreta
Que tú reinventas y traduces.
Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces
Ni siquiera escanciar las ánforas de vino
Pero busco tu cuerpo Magdalena
Como si fuera ese santuario
Donde redimir mis carnes y mis velas
Agobiadas por los golpes de las sombras.
Yo no sé de resurrecciones
-Acaso mi carne no soporte tantas instancias-
No se perdonar las querellas con el polvo
Pronosticar las épocas de lluvia
Pero estoy seguro Magdalena
Que mi amor te reivindica de las culpas
Y talla en tu ofertorio
Una parvada de pájaros azules
Donde sopesar tus deudas y tus vinos.
Yo no sé de estrellas y ovellones
De esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,
Pero mi conocimiento en tu cabello
Quiebra los mapas
Y mis manos no poseen otro lenguaje
Que el mismo que tú diagramas
En el río de la muerte.
Desde las selvas sirias
Hasta el mar occidental,
Desde el monte Nebo
Hasta el río Rogitama
Irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,
Revestido de luz para tus hombros
Y un collar de caracolas
Hará tejido con peces de distintas geografías
Para adornar tu pubis
Y tus cabellos crispados por los astros.
Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas
Mi lenguaje no supera los silencios de la tierra
Pero acaso me domina la palabra
Y un Te Amo
No sea otra respuesta
Que el peso enamorado de esta cruz.

 
 
 

Winston Morales Chavarro Neiva-Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito. En la parte literaria ha obtenido los siguientes premios: Concursos Departamentales del Ministerio de Cultura 1998; Concurso Nacional de Poesía “Euclides Jaramillo Arango”, Universidad del Quindío, 2000; Segundo premio Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” en el 2000; Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en el 2001; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, de Brasil. Primer y único Premio en la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Primer Puesto en el Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar, Cartagena, 2005. Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Foncas, de México, con su proyecto: Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín. Finalista en varios concursos de poesía y cuento en Colombia, España, Argentina y México. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, portugués e italiano.

Ha publicado los libros de poemas Aniquirona-Trilce Editores 1998; La Lluvia y el ángel (Coautoría)-Trilce Editores 1999; De Regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España 2001; Memorias de Alexander de Brucco, Editorial Universidad de Antioquia-2002; Summa poética, Altazor Editores, 2005; Camino a Rogitama, Trilce Editores, 2010; La Ciudad de las Piedras que cantan, Caza de libro editores, 2011, y Temps era Temps, Gente Nueva Editores, 2013; la novela Dios puso una sonrisa sobre su rostro, y el libro de Ensayo Poéticas del Ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz.

En la actualidad se desempeña como profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena, Bolívar, Colombia.

 



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